domingo, 27 de febrero de 2022

Michel Adanson, un naturalista en Senegal (1749-1753)

"Mes nègres ne voyant aucun abri pur eux, quitterent leurs pagnes & se jetterent à la nage dans un petite riviere qui passoit auprès de cet endroit. C'est leur coutume, lors-qu'ils sont surpris par un orage, de se plonger dans l'eau, plutôt que de s'exposer à être mouillés par celle de la pluie, dont iles craignent les mauvais effets. Pour moi qui n'eus ni le tems ni la volonté de les suivre, je me retirai sous le plus gros des pains-de-singe que je venois de voir, comptant m'y trouver à couvert comme sous le toît d'une maison. Il sembloit que le ciel fondoit en eau, tant la pluie étoit forte: chaque goutte qui tomboit s'étendoit sur la terre de toute la largeur de la main. Je ne souffris rien de sa premiere impétuosité; mais quelques minutes après, lorsque l'arbre eut été bien abreuvé, je suis inondé par l'eau qui ruisseloit de ses branches, & leurs sinuosités firent comme autant des lits, d'où se précipitoient des torrens, qui réunis dans la vaste surface du tronc, en couloient comme un fleuve. On s'imagine bien que je n'aurois pas eu beau jeu en restant sous le pain-de-singe; je m'en éloignai bien vîte, & me mis en pleine campagne, òu je ne jouai guères plus beau rôle: j'essuyai là tout l'effort du grain, qui dura une bonne heure; & je sçus à mon retour dans l'isle du Sénégal, qu'il y étoit tombé deux pouces trois lignes d'eau."

             Hay científicos que se adelantan a su tiempo, y su trabajo, incomprendido y arrinconado en los límites exteriores de la ciencia oficial, debe esperar años, cuando no siglos, para ser comprendido y valorado en su justa medida. En la historia de la Botánica, uno de los casos más representativos es el de Michel Adanson (1727-1806), trabajador infatigable que tuvo que esperar casi doscientos años antes de ser plenamente reconocido, y entonces reivindicado como un precursor de la taxonomía numérica, la aplicación de métodos numéricos para la clasificación taxonómica, que tuvo su desarrollo durante la década de los setenta del pasado siglo.

             Había nacido en la Provenza de una familia originaria de Auvernia, aunque la leyenda la hace escocesa ligada al exilio del rey Jaime II. Su padre trabajaba a las órdenes del arzobispo de Aix y, cuando éste fue nombrado arzobispo de París en 1730, toda la familia se fue allí con él. Parece que con el apoyo económico del arzobispo, ingresó muy pronto en una de las escuelas reservadas a las élites. Destacó por su memoria prodigiosa y una gran capacidad de trabajo y ya con nueve años dominaba el latín y el griego. Destinado en principio a la carrera eclesiástica, a partir de 1741 empezó a frecuentar el Jardin du Roi, donde se relacionó sobre todo con Antoine (1681-1758) y Bernard de Jussieu (1699-1777) con los que herborizó a menudo por el jardín y alrededores de París– y con René-Antoine de Réaumur, que le dio pleno acceso a sus colecciones. Desde 1745 ya tuvo claro que debía dedicarse al estudio de las plantas y abandonó cualquier veleidad eclesiástica. Presentado por su padre al director de la Compañía de las Indias occidentales, y con el aval de los Jussieu y de Réaumur, fue contratado para ir a la concesión de Senegal, con la intención de explorar sus riquezas naturales, sin destino fijo y con un sueldo no muy generoso.

             Se embarcó hacia Senegal el 3 de marzo de 1749, y no retornaría a Francia hasta primeros de enero de 1754. Su relato comienza con el viaje en barco, con vientos en contra hasta Finisterre, que los retrasan y obligan a hacer escala en Santa Cruz de Tenerife a primeros de abril para reaprovisionarse. De allí describe la pesca con antorchas y el cultivo de los viñedos en bancales con paredes de piedra seca. Zarpan de Tenerife el 15 abril y el 25 ya ven Senegal, donde el paso de la barra del río es dificultoso. Desembarcan en la isla de Senegal, en el delta del río que él llama Níger [es el que hoy día se llama río Senegal, frontera entre Senegal y Mauritania; la isla es la parte vieja de Saint-Louis, una franja estrecha de unos 2 km]. Primero se presenta a M. de la Brue, el encargado de la Compañía de Indias, con la carta de presentación de M. David, director de la Compañía en París y tío suyo. Le asigna una canoa, unos negros y un intérprete y se lanza a recorrer la isla y sus alrededores con espíritu naturalista.

             Sin demora, elabora las primeras descripciones geográficas y cartográficas y describe a los pobladores negros, asentados en los poblados y, de paso, comienza a aprender wolof. Más tarde, cuando se encuentre tierra adentro, hará lo mismo con los moros, ganaderos nómadas. Primero se dedica a explorar las islas cercanas, pero pronto aprovecha los viajes que hacen los empleados de la compañía para acompañarlos y ya a finales de junio se embarca en el primer viaje a Podor –un fuerte comercial de la compañía–, la población más interior que visitará, que está a tres días de navegación río arriba. Más tarde, a finales de agosto se embarca hacia la isla de Gorée [unos 2º y medio al sur, frente al actual Dakar], desde donde explorará también una parte del continente. Nada más regresar a la isla de Senegal a mediados de octubre, ya prepara otro viaje río arriba para regresar a Podor, pero en este caso haciendo muchas paradas y sin prisa, de donde retornará en diciembre. El año siguiente, 1750, volverá a Gorée entre enero y junio, y explorará la zona tomando la isla como base. Bajará al sur hasta el río Gambia y lo remontará. El viaje de regreso a la isla de Senegal es dificultoso y el mareo afecta a varios pasajeros, sobre todo a él, de tal modo que renunciará a cualquier otro viaje marítimo hasta que regrese a Francia. En adelante se dedicará sobre todo a explorar y describir las islas del delta del río Senegal y la parte accesible del continente, aunque volverá a remontar el río hasta Podor.

Baobabs en Senegal [Xavier Goñi]

            
En su escrito se revela como un naturalista total. Curiosamente, habla muy poco de moluscos, aunque su trabajo de malacología es básico en esta ciencia. Pero intenta capturar y describir todo lo que se le pone delante. Los pájaros le interesan mucho y se revela como un completo ornitólogo, admirándose sobre todo con las especies que llegan aquí migrando desde Europa. Y aprovecha sus viajes marítimos o en canoa para estudiar los peces. Pero también explica aspectos relacionados con manatís, hipopótamos, elefantes, cocodrilos o serpientes, entre otros. La relación con los insectos es especial aunque se dedica sobre todo a detallar los efectos de sus picaduras y las incomodidades que le ocasionan, anotando algunas estrategias de defensa; se admira de los escarabajos luminiscentes y con las construcciones de las termitas, o se sorprende del efecto del paso de una nube de langostas. Y también hace trabajo experimental: describe el dolor y el tiempo que le dura el contacto de la carabela portuguesa [Physalia physalis], analiza el contenido del estómago de un camaleón o experimenta con los peces eléctricos. En cuanto a las plantas, va enumerando –y a veces da una ligera descripción– de las diferentes formaciones vegetales que se encuentra: bosquetes espinosos, manglares, pastos, exuberantes bosques de ribera, bosques con palmeras, carrizales, saladares... Señala las plantas que cultivan en los poblados: algodón, mijo, tabaco, sandías, legumbres... Y explica el aprovechamiento del índigo, la henna y la palma de aceite. Menciona pocas plantas silvestres, pero se maravilla delante de los baobabs y de alguna gran higuera que preside un poblado.

             Ya desde el inicio dedica tiempo a la descripción y comprensión de las condiciones climáticas, aportando medidas de temperatura e intentando definir la estacionalidad. Así, un 4 de julio lo dedica a comparar durante todo el día, y a intervalos de 5 minutos –desde las 10 de la mañana hasta las 3 de la noche–, la temperatura del aire y de la arena, comprobando que la de la arena llega a doblar la del aire. También le interesan las tormentas y la dinámica fluvial y de la costa.

             Por lo que cuenta, su trato con la población local es respetuoso, tanto con los negros como con los moros. Y a menudo realiza un trabajo de carácter antropológico, describiendo los poblados y las gentes, así como las recepciones que le organizan, rituales, danzas, supersticiones, ganado, comidas, cultivos... Alguna vez debe ser protegido por el jefe del poblado o escapar si acaso rompe algún tabú, como matar una víbora. Reconoce las cualidades y conocimientos de los pobladores: buenos nadadores y navegantes, conocedores de las estrellas, con estrategias de supervivencia ante tormentas e inundaciones... Parece que no establece demasiados vínculos con los negros que le acompañan, pero reconoce la ayuda que le proporcionan –alguna vez le salvan la vida– en algún naufragio, tempestad o cuando se queda completamente emboscado. Sorprende que en ningún momento haga referencia al trato de esclavos, pero tampoco dice gran cosa de los colonos franceses.

             El 10 de julio de 1753 hizo el tercer y último viaje a Podor para recolectar plantas [más de 300 pies de plantas diferentes] para vivo del bosque de ribera y cazar monos, que pretendía llevarse hacia Francia. Pero en este viaje un ataque de fiebres le deja muy debilitado y prostrado durante más de un mes y sólo puede embarcarse en el último barco que zarpa para Europa, el 6 de septiembre, cuando las condiciones del mar ya no son muy favorables. En la primera parte del viaje encuentran una calma casi absoluta, que dura unos quince días, pero aún aprovecha que se encuentra muy alejado de la costa para tomar muestras de agua de mar para analizar en París. Después de varias calmas, casi sin agua y subsistiendo comiendo pescado, entran en el puerto de Faial el 20 de octubre. Describe la climatología, los vientos y cómo afectan estos a los barcos en el puerto. Hace una descripción general de la isla: gente, bosques, ciudades, cultivos, jardines, ganado. Zarpan el 8 noviembre y pronto encuentran tormentas que ya no les abandonarán. Entran en el puerto de Brest el 4 de enero de 1754 y, al revisar las plantas, se da cuenta de que una gran parte se habían muerto durante la travesía –y el resto morirían por frío en los próximos días–. Llegó a París el 18 de febrero.


 
            Ya en París se dedica sobre todo a la edición de su libro sobre Senegal, que en realidad es un tratado de moluscos del país, precedido por la relación de su viaje. El libro se publicó en 1757, donde la relación del viaje ocupa 190 páginas y un mapa, y la parte de malacología 266 páginas y 19 láminas de dibujos de conchas de diferentes especies. El libro se vendió mal, su editor quebró y Adanson se endeudó, una carga que arrastró casi toda su vida. A su regreso de Senegal se instaló en casa de Bernard de Jussieu, y se dedicó durante diez años a ordenar y estudiar sus colecciones botánicas, publicando, ya en 1763, su gran obra Familles des plantes. Allí hace un resumen exhaustivo de los diferentes sistemas de clasificación de plantas que se han utilizado hasta su tiempo, y defiende [y establece, influido sin duda por Bernard de Jussieu] lo que llama Método natural, definiendo los diferentes rangos taxonómicos y, sobre todo, sistematizando las familias. El concepto de familia ya había sido establecido por Pierre Magnol (1638-1715) y lo había usado también el conde de Buffon (1707-1788), pero Adanson lo define y establece una clasificación consistente y sistemática de familias botánicas, considerando todos los caracteres como un conjunto y no dando, como se había hecho hasta entonces, la preponderancia a un único carácter. Distribuye 1615 géneros en 58 familias y, para cada una, define primero esquemáticamente los principales caracteres –tipo de hojas, sistema sexual, tipos de flores, corola, estambres y ovarios y número y posición de las semillas– y después de forma más detallada, utilizando hasta 65 caracteres.

             Aunque se casó en 1775, su esposa se separó en 1784. Mientras tanto, se había embarcado, solo, en un proyecto que le ocuparía el resto de su vida y que quedaría tan sólo hilvanado: la publicación de la enciclopedia Ordre universel de la nature, prevista en 27 volúmenes. Cuando la Revolución, perdió la financiación que le proporcionaba Luis XVI y, pese a algunas ofertas que recibió de Caterina la Grande, el emperador austriaco o incluso del rey de España, se quedó en París, pero en un estado de miseria tal que cuando se creó el Instituto de Francia en 1795 y se le invitó a ocupar un puesto entre los miembros de la Academia de Ciencias, rehusó diciendo que no tenía zapatos para la ocasión.

            Hoy en día el nombre de Michel Adanson es recordado sobre todo porque Linneo le dedicó el género Adansonia para designar el árbol que se conoce en todo el mundo como baobab. Adanson, cuando llegó a Senegal, quedó muy sorprendido porque no conocía ninguna referencia a un árbol tan extraordinario, conocido allí como goui por los wolofs y por los franceses como pain de singe [pan de mono] por sus frutos comestibles. Más tarde, se dio cuenta de que correspondía a la planta que aparece en el libro De plantis Aegypti liber (1592), de Prospero Alpino (1553-1617), como Bahobab, donde da la descripción y el dibujo del fruto y de las hojas. El autor, que había vivido en Egipto, es evidente que conocía el fruto y sus propiedades, pero también está claro que no llegó a ver el árbol, del que le dicen que crece en Etiopía. Cuando Linneo le dedicó el género en 1759, Adanson escribió un artículo en 1763 intentando restablecer el género Baobab, reconociendo el mérito de Alpino, pero la regla de prioridad del Código de Nomenclatura hace que prime el nombre que le dedicó Linneo.

 

Michel Adanson (1757). Voyage au Senégal. p. 1-190. In: M. Adanson. Histoire naturelle du Sénégal. Coquillages. Avec la Relation abrégée d'un Voyage fait en ce pays, pendant les années 1749, 50, 51, 52 & 53. Claude-Jean-Baptiste Bauche, Paris. 274 p. [Disponible en Gallica] [Hay dos traducciones al inglés, de 1757 i 1759, y una al alemán, de 1773]

 

viernes, 30 de julio de 2021

Pietro Bubani, el nómada enamorado de los Pirineos (1836-1862)

 

                    "A Perarua invase la mia camera un ufficiale Spagnuolo con 8 soldati per sequestrare i proclami rivoluzionari, che io era ito a spargere colà, i quali poi trovò altro non essere, che carta straccia per disseccar piante.

            Per la singolare mia destrezza, e colpo d'occhio nel percorrer monti, indovinarne gli andirivieni, e le uscite, calcolare il tempo necessario alle gite propostemi, fui preso a Sallient per uno incaricato dal Governo al fine di indicare ai Doganieri i posti da guardarsi di preferenza contro il contrabbando: già si susurrava, poco ci mancò, che non mi si gettasse giù da una rupe, in un paese, nel quale, come nella maggior parte di quelli dei Pirenei Arragonesi, tutti sono contrabbandieri, cominciando dall' Alcalde, e dal Curato, sino alle donne."

            Hay personas en las que su conducta durante su primera juventud nada hace prever que llegará un momento en que se marcan o mejor dicho, encuentran un objetivo al que pueden dedicarse el resto de su vida, a menudo de forma obsesiva. Esto es particularmente notable en el caso de los botánicos, ya que muchos de ellos, una vez la pasión por conocer las plantas se ha apoderado de su espíritu, ya no pueden detenerse. Y en las arras de su compromiso, a menudo inalcanzable, se dejan hasta el último aliento.

             El caso de Pietro Bubani (1806-1888) parece que corresponde a este modelo. Todo en él, tanto el personaje como su obra, es apasionado y excesivo. Hacia el final de su vida, en 1878, publicó un libro con la excusa de honrar la figura del que consideraba su único mentor como botánico, Michel Félix Dunal (1789-1856) aunque ya hacía veintidós años que había muerto!, pero que más bien es una justificación de su obra y un ajuste de cuentas con algunos de los botánicos a los que había tratado. El librito, titulado Dunalia, contiene siete apartados, todos escritos por él, de extensión desigual, y todos dedicados, de una forma u otra, a reivindicar su obra.

[S. Landi, 2006]

             El primero titulado Narcissus dubius trata de una nota enviada al Boletín de la Sociedad Botánica de Francia sobre esta planta, pero que no llego a publicarse, y parte de su correspondencia con el secretario de la Sociedad Eugène Fournier (1834-1884) al respecto. Aprovecha para incluir la nota original. El siguiente es una carta enviada a Alphonse de Candolle (1806-1893) a Ginebra en 1868 sobre sus leyes de nomenclatura botánica y donde critica que el principio de prioridad no sea absoluto y se establezca en la obra de Linneo, desestimando así los autores clásicos. En el tercero Ricorso a me del Moquin Tandon, prof. a Toulouse, per la determinazione di piante francesi, con altre accessorie considerazioni su quel soggetto explica su relación con Alfred Moquin-Tandon (1804-1863) a raíz del envío por parte de éste de un paquete de unas 400 plantas de los Pirineos en 1842 para que las determine y de algún encuentro personal posterior. No se corta un pelo, y critica la, para él, incompetencia como florista de Moquin-Tandon y su soberbia personal. Y, de paso, lo compara con otros botánicos que considera sobrevalorados: "Meravigliato dei succesi ottenuti da certe persone, nelle nostra Scienza ancora, dal grosso e buon parlatore Ortega [Casimiro Gómez Ortega, 1740-1818], dal ciarlatano Lecoq [Henri Lecoq, 1802-1871], dall'inetto Targioni Ant. [Antonio Targioni Tozzetti, 1785-1856], e da altri tanti acclamati, esaltati, decorati...". El título del siguiente apartado es Sferzata al Clos y es una crítica redactada veinte años antes entonces en francés y titulada Coup de boutoir à Clos, de un trabajo publicado por Dominique Clos (1821-1908) sobre el herbario pirenaico del barón de Lapeyrouse (1744-1818). Bubani deja la obra de Lapeyrouse por tierra salvando la labor de sus colaboradores y ataca la revisión de Clos de algunas plantas. Analiza en detalle aquellas en las que discrepa de las determinaciones, bien de Lapeyrouse o bien de Clos, unas 150 en total. De los otros apartados, uno lleva por título Un 'occhiata verso la Flora Toscana y comienza: "Nel Prodromo della Flora Toscana, dato dal Prof. Caruel (1860, e seg.), appena si scorge di me menzione...". Y a continuación enumera y comenta las plantas más interesantes que ha colectado en la Toscana, muchas de ellas comunicadas a Théodore Caruel (1830-1898) por carta y no recogidas en la obra de éste. Otro es una "actualización" nomenclatural de una centuria de plantas que había publicado en 1843 en los Anales de Ciencias Naturales de Bolonia.

             Pero el que nos interesa aquí es el que titula Cenno storico dei miei Viaggi Botanici nei Pirenei y que, en realidad, es un resumen y justificación de su vida y obra, con el eje central de sus viajes de punta a punta de los Pirineos durante más de veinticinco años. Ya en la primera línea se define como un "giovine sanguigno, e bollente" con poco más de once años! y explica someramente sus primeros años. Estudia Medicina en Bolonia por presiones paternas, aunque era un apasionado de la música, el teatro y los clásicos. Ya licenciado, en 1831 se involucró en las revueltas contra los Estados Pontificios, pero aplastada la revolución por las tropas austríacas, debe refugiarse en la Toscana, de donde al final también debe marchar, traicionado y "per essermi quivi mostrato molto amante delle donne, e per niente amico della pretaglia". Tras una breve estancia en Marsella, llega a Montpellier en octubre de 1835. Allí, ya interesado por la botánica, se relaciona con los profesores del Jardín Botánico, Alire Delile (1778-1850) y Félix Dunal, a quien pronto acompaña en sus herborizaciones. Pero fue Dunal quien lo acogió como un discípulo y le aconsejó que dirigiera sus esfuerzos hacia los Pirineos. Y a primeros de julio de 1836 hizo su primer viaje: Narbona, Perpiñán, Prades y Mont-Louis, donde estableció su primera base y estuvo sobre todo en la Cerdaña, el Capsir y el Donezan hasta primeros de septiembre, en que retornó a Montpellier. Los años siguientes, hasta 1840, continúa la exploración de los Pirineos centrales y orientales franceses, pero no pasa de Ariège hacia el oeste. Mientras tanto, ha realizado varias estancias en Toulouse para estudiar el herbario de Lapeyrouse (1744-1818). En 1841 marcha hacia el País Vasco francés, que lo cautivará para siempre "E mi sembrò quello un Paradiso terrestre, perchè facili i monti, ameni i luoghi, le donne bellissime", y a donde regresará en el futuro. El año 1842 quería dedicarlo a explorar los Pirineos catalanes, pero la amenaza de los trabucaires le hace desistir, aunque es consciente de que para poder hacer una flora de los Pirineos, debe explorar la parte española. Ya había hecho alguna incursión rápida más allá de la frontera, pero a menudo habían acabado con algún percance: carlistas, aduaneros, campesinos que lo toman por un francés, mal tiempo. Finalmente, en 1844 decide dedicarlo al País Vasco y Navarra. Después pasa el invierno en Toulouse y los dos años siguientes los dedica uno al Pirineo aragonés y el otro al catalán.    

Parte oriental de Peña Montañesa (Sobrarbe). Al fondo, la silueta del monasterio de San Beturián [San Victorián], parada reiterada en casi todas las visitas de Bubani al Pirineo aragonés.

           Es en Organyà, a finales de junio de 1846, cuando al preguntar por qué suenan las campanas, le dicen que hay un nuevo papa en Roma, Pío IX, y que su antecesor, Gregorio XVI había muerto hacía unos veinte días. Más tarde, en Camprodon, se entera de que el Vaticano ha anunciado una amnistía para todos los desterrados políticos. Y así, a primeros de abril de 1847 regresa a la casa familiar, después de quince años y medio de ausencia. Pero, considerando que el manuscrito está todavía incompleto y hay numerosas lagunas en la exploración del territorio, emprende otra vez el viaje a los Pirineos. A finales de mayo de 1850 entra por el puerto de Canfranc, explora la parte aragonesa y navarra y pasa el invierno en Madrid, estudiando los herbarios de Cavanilles, Lagasca y Pourret. Al año siguiente recorre los Pirineos centrales y orientales y en invierno se refugia en Bolonia y Florencia, donde continúa con la redacción del manuscrito. Y aun repite en Pirineos durante 1852 y 1853. Los próximos años los dedicará a completar el manuscrito y ordenar el herbario, aunque también debe encargarse de asuntos familiares porqué en estos años muere su padre. Cierra la primera versión del manuscrito a primeros de febrero de 1856. Pero no se da por satisfecho y todavía regresa a Pirineos los años 1857-58 y 1860-62. La segunda versión del manuscrito la cerrará en diciembre de 1873.

             Parece que normalmente viajaba y herborizaba solo, pero alguna vez se relacionaba con otros botánicos en el campo. El más citado por él es Louis Joseph Deville (1817-1867), abogado en Tarbes, que le cedió su herbario, pero también Pierrine Gaston-Sacaze (1797-1893), el pastor que se convirtió en el acompañante imprescindible de todos los botánicos que visitaban el valle de Osseau o Francisco Campderà (1793-1865), el amigo de Dunal y médico en Lloret de Mar, donde le acogió alguna vez. No concreta mucho de qué vive y alguna vez se queja de la escasez de sus recursos. En algún momento dice que renunció a una ayuda del gobierno francés para los emigrados políticos y también que no aceptó una propuesta para dedicarse a la docencia en Toulouse. Explica que su padre le enviaba algún dinero, pero totalmente insuficiente para los gastos de sus investigaciones. En el escrito, a menudo alaba su independencia y la libertad del que no debe favores ni dinero. A pesar de ello, sus gastos serían considerables. Se mueve con una gran facilidad de punta a punta de la cordillera y en sus viajes normalmente lleva guía, animal de carga y a menudo se aloja en hostales, aunque los inviernos los pasa en una ciudad, normalmente Montpellier o Toulouse. Y su bolsa, alguna vez, había despertado la codicia de aduaneros o maleantes.

             Pietro Bubani murió repentinamente medio ciego, cayó del balcón de su casa en 1888, con la tercera revisión de su obra ya muy avanzada. Pero primero la muerte de su hija, y luego problemas con la viuda, hicieron que la obra quedara inédita. Finalmente, los cuatro volúmenes de la Flora Pyrenae se publicaron entre 1897 y 1902, editados por Otto Penzig (1856-1929), profesor de botánica y director del jardín botánico de Génova. Esta obra ha sido muy criticada por los botánicos posteriores. Pedro Montserrat* resumió sus defectos en tres. Primero, el uso de un latín clásico, enrevesado y alejado del latín botánico usual ya en su época. Después, no seguir las normas que fijan la publicación de Linné, Species Plantarum, y 1753 como el inicio del principio de prioridad, sino que él pretendía incluir los clásicos griegos y latinos y, además, lo hace de una forma inconsistente "... es un Botánico heterodoxo y peligroso para el principiante. Era caprichoso y cambiaba el nombre que no le gustaba por considerarlo poco apropiado...". Y, finalmente, su criterio taxonómico, muy subjetivo, con tendencia a ser sintético y con poca base biológica. Un caso muy exagerado de esto último es el tratamiento que da al género Prunella, donde agrupa bajo P. vulgaris lo que hoy en día se consideran tres especies: P. vulgaris, P. grandiflora y P. laciniata; eso sí, después de dedicar más de seis páginas a discutir la historia nomenclatural, repasar la bibliografía y analizar la variabilidad de los taxones que incluye.

 

Dioscorea pyrenaica, sin duda la aportación más singular de P. Bubani a la flora pirenaica [Joaquín Ascaso]

          Su obra como explorador botánico de los Pirineos, sin embargo, es inmensa. Fue el primero en dar noticia de la flora de muchos valles pirenaicos, sobre todo meridionales, y aunque con los años repitió a menudo las visitas a determinadas zonas, se alejó de los caminos ya trillados antes por otros botánicos que en realidad, en el lado español, habían sido bien pocos. También es cierto que el retraso en publicar muchos de sus hallazgos hizo que estos quedaran devaluados. El caso más emblemático al respecto es el de su gran descubrimiento para la flora de los Pirineos, la Dioscorea de las fisuras de rocas y pedregales calcáreos de las cimas de los Pirineos centrales, que encontró por primera vez en Peña Montañesa, en julio de 1845, y en octubre del mismo año en el Portillón de Tella. Años más tarde, en 1861, la encontraría también en el Turbón. Pero, mientras tanto, la comentó y enseñó a varios botánicos, entre ellos Henri Bordère (1825-1889), maestro de escuela en Gèdre, cerca de Gavarnie, que la colectó en abundancia allí y la repartió entre los colegas. Y en 1866, el abate Joseph Miégeville (1819-1901) publicó válidamente el nombre: el volumen correspondiente de la Flora Pyrenae donde Bubani describía la especie el cuarto, no aparecería hasta 1902!

             La recopilación de la información corológica publicada en su Flora es tan sólo una parte de la recogida en el herbario, pero éste –conservado en Génova normalmente ha quedado relegado por los investigadores de la flora pirenaica. En la Biblioteca Comunal de Bolonia se conservan sus memorias manuscritas e inéditas, que comprenden desde 1849 a 1863, donde hay mucha información, aun por analizar en detalle, de sus correrías.

             A partir de sus escritos nos podemos hacer una cierta idea de su personalidad: un personaje apasionado, de firmes convicciones sobre su destino, franco, incansable, inasequible al desaliento, que no olvida los agravios reales o supuestos y sin problemas para expresar libremente sus opiniones a veces de forma más o menos colérica, tanto sobre las personas como sobre las cosas. Ya de mayor, aposentado en Bagnacavallo (Emilia Romagna), en el palacio familiar su padre, aprovechando la desamortización de Napoleón, se convirtió en un terrateniente muy rico, parece que tenía por costumbre publicar y repartir folletos con sus controversias cívicas e incluso diatribas personales. En fin, todo un carácter, excéntrico, con muy pocos amigos y orgulloso de su libertad. Joan Isern (1821-1865), el botánico de Setcases que quizás más lo acompañó en el campo, sobre todo por los Pirineos orientales y centrales, dejó escrito sobre él: "Aprendí mucho con él y me divertí con el relato de sus excentricidades."

 

Pietro Bubani. Cenno storico dei miei Viaggi Botanici nei Pirenei, e dello studio fatto in vista della flora di essi monti. p. 62-86. In: P. Bubani (1878). Dunalia. Imola, 100 p. [Accessible en The Online Books Page]

 *P. Montserrat Recoder (1990). Los viajes de P. Bubani por el Pirineo español. Monografías del Instituto Pirenaico de Ecología 5: 169-174. [Disponible en https://digital.csic.es/bitstream/10261/73877/1/Montserrat_P.bubani_IPE_5.pdf]

domingo, 30 de mayo de 2021

Martha Singer: el siglo XX entre micólogos

 

"On our numerous excursions from Ostrava we also went to the Altvater range, somewhat to the west of Ostrava. Rolf and Jan Kuthan, collecting, came up slowly but I had run ahead to the summit to enjoy the view and the wind on that hot day. Mycologists hate the wind because, drying out the soil, it is the worst enemy of mushroom growth. While I wandered around among the mossy granite boulders, my eye caught an inscription on a signpost, something like "12 km to Castle Janovice", to the Northwest. My first impulse was to run the twelve kilometers until I got to castle Janovice, which is well known to everybody of my generation who is familiar with the poetry of the Austrian writer Karl Kraus. He had spent some of his happiest hours in the garden of this lovely castle, together with baroness Sidonie von Nadherny who herself in 1939 became a victim of the Nazi onslaught."


            Algunas personas parecen condenadas, una vez desarraigadas de la tierra donde nacieron, a no poder establecerse definitivamente en ningún sitio, siempre cambiando de ciudad o incluso de país, sin un plan premeditado, pero siempre dispuestas a disfrutar de nuevas amistades y descubrir nuevas maravillas e intentando ser, en cada momento, dueños de su destino. Las vidas de Rolf Singer (1906-1994) y su esposa Martha de soltera Kupfer (1910-2003) son una buena muestra de ello, sobre todo por las vicisitudes a las que tuvieron que enfrentarse durante la primera mitad del siglo XX, aunque en la segunda tampoco se detuvieron.

             Rolf Singer está considerado uno de los micólogos más notables del siglo XX, con aportaciones muy importantes en el campo de la taxonomía. A lo largo de su vida vivió y trabajó en varios países y, a pesar de haber publicado más de 400 trabajos, nunca dejó de salir al campo, a veces en territorios remotos. Y en todo su periplo vital estuvo acompañado por su esposa, calificada por los que la conocieron como incansable colaboradora y buena conocedora de los hongos. Fue ella quien, ya mayores, publicó un libro donde repasa su vida, centrado sobre todo en los personajes con los que se fueron encontrando en su camino. Naturalmente, la mayor parte son micólogos, pero también aparecen otros naturalistas y amistades.

             Rolf Singer, había nacido en Baviera y desde muy joven se interesó por los hongos. Estudió química en Munich y en 1928 fue a Viena para realizar la tesis doctoral bajo la dirección de Richard Wettstein (1863-1931). Allí, mientras trabajaba en diversas instituciones, fue comisionado dos veces por la Academia de Ciencias para explorar el Cáucaso, y los primeros resultados del viaje ya fueron publicados en 1930. Leída la tesis sobre el género Russula en 1931, vuelve a Alemania, pero poco después, cuando los nazis llegan al gobierno, debe huir es militante antibelicista y le deniegan la renovación del pasaporte y regresa a Viena atravesando los Alpes con esquís. Aquí sobrevive cultivando Agaricus bisporus que vende al por mayor y continúa trabajando en el Museo de Historia Natural; también es cuando conoce y se casa con la vienesa Martha Kupfer, en 1933. Pero Austria no es tampoco lugar seguro para ellos y deben seguir huyendo. Aprovecha que Pius Font i Quer (1888-1964) había conseguido convocar una plaza para la Universidad Autónoma de Barcelona y, con recomendaciones entre otros de Josias Braun-Blanquet (1884-1980) y René Maire (1878-1949), se presenta y la gana. Se instalan en Barcelona en mayo de 1934 donde conviven durante un tiempo con otro botánico alemán, Werner Rothmaler (1908-1962) y empieza a trabajar y salir al campo: Montseny, Valle de Aran...* Pero a primeros de octubre él es detenido e ingresado en la cárcel Modelo. Las memorias de Martha Singer, al respecto, no son muy esclarecedoras, pero parece que la orden venía de Madrid, donde la embajada alemana lo reclamaba por haber salido del país ilegalmente. Y todo ello, en medio del desorden causado por los hechos de octubre, con la proclamación del Estado Catalán, y la posterior anulación de la autonomía de Cataluña, que implicaba la invalidación de los contratos de la Universidad Autónoma. Tras varias gestiones, consigue no ser deportado a Alemania y es expulsado a Francia y llega a Montpellier, desde donde, con la ayuda de Braun-Blanquet y con el fondo de una colecta de los naturalistas franceses, pasan a París. Allí es acogido por Pierre Allorge (1891-1944), entonces director del Museo de Historia Natural y, sobre todo, por el también micólogo Roger Heim (1900-1972), que le consiguen contratos precarios, pero cuando Nicolái Vavílov (1887-1943) [ver la entrada del blog de mayo de 2019], de visita en París, le ofrece incorporarse al Instituto que dirigía en Leningrado, acepta. En 1935 Rolf ya está en Leningrado ella no llegará hasta comienzos de 1936 por problemas de visado y al cabo de pocos días nació allí su hija, Amparo Heidi, donde Rolf participa en varias expediciones a Asia Central; al mismo tiempo, comienza a preparar una nueva tesis doctoral las leídas en Austria se consideraban de poco valor en la URSS y que defenderá, en ruso, y es el embrión de su gran obra sobre taxonomía de agaricales. En 1938, Martha y la hija parten hacia Estados Unidos, para reencontrarse con los padres de ella, judíos que también habían tenido que huir de Austria. Rolf llegará a California en 1941, después de salir de Leningrado pocos días antes del inicio del cerco nazi, vía Hawaii. Mientras tanto, ella había ido entrevistándose con científicos o gestores que pudieran conseguir al marido un empleo en América. David H. Linder (1899-1946), especialista en Oidium y en hongos acuáticos, lo contrató para trabajar en el Farlow Herbarium de la Universidad de Harvard. Estuvo allí hasta el año 1948, en medio de las colecciones del centro, en campañas de recolección por el NE de Estados Unidos y estableciendo relaciones con la mayoría de los botánicos residentes o visitantes. Ese año visita Harvard el botánico argentino Horacio R. Descole (1910-1984), director de la Fundación Miguel Lillo en aquellos momentos el centro botánico más importante de Argentina y uno de los más destacados de toda América del Sur y le ofrece una plaza en la Universidad de Tucumán, de la que también es rector. Finalmente, y parece que presionado por la esposa, Rolf acepta y, en el otoño de 1948, la familia llega a Tucumán, Argentina.

             El Instituto Miguel Lillo aquellos años era el destino ansiado por muchos científicos europeos naturalistas sobre todo, pero también químicos, físicos... que buscaban un puesto de trabajo estable, seguro y tranquilo. La diáspora de alemanes y rusos, pero también suecos, noruegos o incluso británicos, que se reunieron allí fue numerosa, diversa y con algunos personajes muy peculiares. Según cuenta Martha, el Instituto, bajo la dirección de Horacio Descole, tuvo su edad de oro entre los años 1947 a 1955. A partir de ese año, en que se produjo el golpe de estado que derrocó el gobierno de Perón, la situación política y económica se empezó a degradar y muchos de los europeos, aprovechando la mejora de las condiciones de sus países de origen, iniciaron un retorno gradual. Rolf Singer fue contratado por la Universidad de Buenos Aires en 1961 y todavía aguantaron en Argentina hasta el golpe de estado de junio de 1966 y la instauración de la primera de las dictaduras cívico-militares. Al año siguiente se fueron a Santiago de Chile, con un contrato del Museo Nacional de Historia Natural que aprovechan para recorrer el país y donde hacen amistad con Eugeni Sierra (1919-1999), el dibujante discípulo de Font i Quer. Pero en 1968 regresan a Estados Unidos, con un contrato para él como profesor de la Universidad de Illinois en Chicago, desde donde trabajó también en el herbario del Field Museum hasta su jubilación en 1977.

  

Rolf y Martha Singer (tercero y cuarta por la derecha) en una excursión con la Societat Catalana de Micologia a Tossa de Mar el año 1979. El segundo es Eugeni Sierra. [Llimona, 1997]


          En medio de todo este periplo, fue haciendo estancias más o menos prolongadas en diferentes centros, de las que también se recogen varios conocidos y anécdotas en el libro. Entre 1942 y 1943 estuvieron todo un año en Florida, que es donde Rolf comenzó a interesarse por los hongos tropicales y los años 1957-1959 tuvo un contrato con una fundación de Norteamérica para investigar sobre hongos psicoactivos, con viajes a México y Chicago. En 1960 hizo una estancia en Holanda, donde estudió el herbario de Christiaan H. Persoon (1761-1836)
de gran interés, ya que su obra Synopsis methodica fungorum constituye el punto de partida nomenclatural de muchos grupos de hongos, en 1970 hicieron el primero de sus viajes a la entonces República Checoslovaca y en 1975 estuvieron varios meses en Austria. Mientras tanto, en América, también realizaron varias estancias en centros de investigación de Manaus, Recife y Costa Rica. Y, a partir de 1950, estuvo en todos los Congresos Internacionales de Botánica, donde fue un miembro muy activo del Comité de Nomenclatura, jugando un importante papel en las propuestas para la conservación de nombres.

             El relato está dedicado sobre todo a resaltar los personajes que trataron, aunque también describe, por encima, como vivieron en las diferentes ciudades y su red de relaciones sociales. La lista de naturalistas que aparecen es inmensa. A veces sólo da el nombre, institución y grupo en el que trabaja, pero a veces se explaya, sobre todo en el caso de sus amigos, tales como, Kurt Hueck (1897-1965), Benkt Sparre (1918-1986), Alberto Castellanos (1896-1968), Augusto Chaves Batista (1916-1967) o Louis O. Williams (1908-1991), entre otros. Pocas veces intenta hacer un perfil psicológico, pero sí que nos proporciona alguna anécdota referente al personaje, que ayuda a hacerse una idea de su personalidad o no. Los más peculiares corresponden a su etapa en el Miguel Lillo, muchos de ellos expatriados europeos y relacionados, de una forma u otra, con el descalabro que provocó el ascenso y caída del nazismo: alemanes fugitivos del nazismo judíos o no, conviviendo con quislings noruegos, fascistas británicos o nazis huidos del colapso final; también aparecen algún republicano español, rusos y, por supuesto, argentinos.

             En general, el retrato de los personajes y las anécdotas que relata son benévolos y el tono de la narración es neutro, descriptivo. Hay pocos casos en que el homenaje es absoluto "Prof. Font Quer showed himself at all times and in every situation the most noble and honorable person imaginable" o en que transmite una gran emoción, como cuando visitan a Braun-Blanquet en Montpellier en 1971, ya muy sordo y con dificultades para recordar los nombres de algunas personas, pero no los de las plantas. O en la visita a David Fairchild (1869-1954) en Florida, cuando al repasar a sus amigos y conocidos de Leningrado se dan cuenta que al contarle que muchos de ellos han muerto en los últimos años, cada vez se entristece más, hasta que al final deciden resucitar unos cuantos para animarle. En el otro extremo, a veces se intuye alguna situación en la que se ha sentido ofendida y alguna anécdota sí tiene un cierto regusto a revancha, como en el caso del matrimonio ruso, con el que compartían piso en Leningrado, que se había burlado de sus costumbres "bárbaras" y que luego fueron condenados por plagio de la tesis doctoral del marido, o el liquenólogo inglés filonazi al que tratan en Tucumán y que luego contratan en Harvard "who always had a weakness for the British accent" como director del herbario Farlow [en competencia con su marido?], pero de donde debe dimitir cuando pierde el interés por los líquenes y prefiere dedicarse al teatro aficionado.

             Es jugosa la lista de las manías de los naturalistas. Van desde aquel al que una mala crítica le hizo reorientar su carrera, abandonando el estudio de todo un grupo de organismos, o de otros que no están contentos con las especies que les han dedicado –una huele mal, en otra el epónimo en latín resulta ofensivo en su lengua materna. También aparece el recolector de campo que recicla como etiquetas las facturas de hotel y restaurante, pero sobre todo los tickets de cerveza, o el entomólogo exiliado catalán totalmente ambidiestro pero sin carné de conducir, o el herpetólogo que, a escondidas por la noche, da de comer a sus ranas las moscas que de día ha recogido su compañero de habitación, entomólogo.

             No se explaya mucho sobre sí misma, pero tampoco se esconde. Sabemos que en Leningrado se especializó en manejo de rayos X, que en Tucumán dirigía la biblioteca del Instituto Miguel Lillo y editó el libro Agaricales in modern taxonomy, la obra más emblemática e importante del marido, y que en Chile oficialmente era la asistente de Rolf. Pero al menos desde Tucumán se refiere a sí misma como escultora. También atribuye a su espíritu aventurero y al de su hija el último empuje para que el marido aceptara la oferta de ir a Argentina y, en el libro, explica a menudo excursiones en las que participó sin su marido. Y por lo que cuenta, era una buena practicante de tiro con rifle. También relata la ingestión de hongos alucinógenos en México, o algunas de las galanterías con las que se sintió halagada.

            Rolf Singer describió, solo o en compañía, más de 70 géneros nuevos de hongos, principalmente de América del Sur. No menos de 7 géneros y 70 especies de hongos llevan epónimos que le honran.

 

 Martha Singer (1984). Mycologist and other taxa. Braunschweig, Verlag von J. Cramer. 120 p.

*Para un análisis más detallado de su paso por Catalunya: Xavier Llimona (1997). Rolf Singer, 1906-1994: nota sobre la seva vida, amb especial atenció a la seva activitat a Barcelona. Collectanea Botanica (Barcelona) 23: 163-169.

 

viernes, 26 de febrero de 2021

Emilio Guinea, un botánico en el desierto (Sahara occidental, 1943)


   "Amanece un nuevo día. Aun falta que cubrir una nueva etapa para conocer todo nuestro desierto. Queremos ver la Agüera, al lado de Port Etienne, en la bahía del Galgo, puesto aquél el más meridional de España en el Sahara. De nuevo el trimotor; la costa, desde arriba, como cuando empezamos. ¿Os acordáis? ¡Qué lejos y qué cerca! Así es todo en la vida. Falso, falso espejismo del irreal fluir del tiempo. Ya estamos en la Agüera. Desolación y arena. Mar y cielo. Industria pesquera desorbitada y mucha langosta exquisita (marisco, no insecto).

   Unas horas para conocer aquel paraje, que es más desierto que Villa [Cisneros], si cabe, y vuelta al avión, ahora rumbo al Norte.

   ¡Vuela raudo, pájaro metálico, hijo del hombre, y llévanos a casa, a nuestra casa, para que la cabeza se serene un poco, que es fuerte, muy fuerte, la emoción del desierto!"


            Al regresar de su expedición de 1886 al Sahara, Julio Cervera, Felipe Rizzo y Francisco Quiroga trajeron diez plantas, que entregaron a Blas Lázaro Ibiza (1858- 1921) para ser identificadas. Éste tan solo pudo determinar cinco en el rango de especie, de las otras tan solo pudo llegar al género. Y explica: La determinación precisa de algunas de las especies no es posible hacerla con los medios que en Madrid existen, aun utilizando los que la biblioteca del Jardín Botánico contiene; pues en ella, muy pobre en general de libros modernos, no existe ninguno de los que se han publicado referentes á esta región de África.”

             España se había desentendido de África durante los siglos anteriores, pero hacia finales del XIX, cuando ya es evidente el final del sueño americano, empieza a mirarla con otros ojos. Estimulados y favorecidos por la administración civil o militar, los naturalistas incluidos naturalmente los botánicos se fueron lanzando a la exploración de los alrededores de Ceuta y Melilla primero y las zonas del Rif y Yebala después, en lo que más tarde se convertiría en el Protectorado español. La mayor parte de las herborizaciones las hicieron farmacéuticos militares, pero sin ningún plan sistemático. Éste no existió hasta las campañas de Pius Font i Quer (1888-1964) para los Iter maroccanum de 1927-1930 y 1932 y, aun así, supeditadas siempre a las contingencias militares y las disponibilidades presupuestarias.

             Más hacia el sur, hacia el Sahara, la ocupación española fue aún más precaria y tardía, y no fue hasta 1934 y bajo fuertes presiones francesas que se hizo más o menos efectiva. Aquí, antes de la Guerra Civil, las únicas expediciones habían sido a Ifni, una de tipo naturalista donde participó Arturo Caballero como botánico en 1934 y otra, exclusivamente botánica, de Font i Quer en 1935.

              Pero después de la Guerra Civil la situación cambió drásticamente y el panorama botánico como científico en general era desolador. Carlos Pau (1857-1937) y frère Sennen habían muerto en la cama, pero Pius Font i Quer (1888-1964) había sido juzgado y quedó inhabilitado para ejercer cargos públicos y las jóvenes generaciones como Josep Cuatrecasas (1903-1996) o Faustino Miranda (1905-1964), tuvieron que exiliarse; entre las bajas también hay que incluir a jóvenes prometedores como Miguel Martínez Martínez (1907-1936), asesinado en Madrid al comienzo de la Guerra, o José González-Albo (1913-1990), incapacitado por enfermedad desde 1939. Así las cosas, hacia 1940, el único botánico en activo con experiencia africana era Arturo Caballero y Segares (1877-1950), que había sido nombrado Director del Jardín Botánico de Madrid en 1939 y, cuando el Instituto de Estudios Políticos organiza una expedición al Sahara español para otoño de 1943, el elegido para integrarse como botánico es Emilio Guinea.

             Emilio Guinea López (1907-1985), nacido en Bilbao, era aficionado desde joven a la botánica, había estudiado Ciencias Naturales en Madrid, donde frecuentaba el Jardín Botánico, y en 1932 ya era Catedrático de Instituto. Después de la Guerra Civil fue encarcelado entre otros cargos, acusado de defender el darwinismo y depurado. Lo desterraron, como simple profesor, a Aranda de Duero, pero rechazó reincorporarse. A pesar de ello, consiguió que le designaran para integrarse en la expedición naturalista al Sahara de 1943, formada además por los geólogos Francisco Hernández Pacheco (1899-1976) y Carlos Vidal Box (1906-1970).

             En 1945 publicó dos libros que pueden considerarse el resultado del viaje. Uno, "Aspecto forestal del desierto, la vegetación leñosa y los pastos del Sahara español"* es de carácter más científico, mientras que el otro –"España y el desierto" es más divulgativo y es el que nos interesa aquí. El autor, en el prólogo, justifica este libro con unos razonamientos que aún hoy día son perfectamente asumibles: hacer una crónica breve de la expedición, dar a conocer a un público culto los motivos del viaje y difundir sus resultados entre el público no especializado. Además todo el libro rezuma consciente o no el orgullo de realizar una obra civilizadora, aunque maravillándose siempre de las adaptaciones de las plantas del desierto y de la integración con el medio de sus pobladores. Así, a lo largo de 18 capítulos, explica el desarrollo del viaje, la logística y, sobre todo, sus impresiones. En medio, sin embargo, hay algunos capítulos de carácter utilitario. Uno está dedicado a las posibilidades agrícolas del territorio y utilidades de las plantas silvestres que se crían allí, y dos más tratan sobre los pastos y las plantas medicinales respectivamente. Los últimos corresponden a un capítulo descriptivo de la vegetación del desierto y otro sobre las posibilidades de desarrollo del desierto, además de un capítulo final sobre las posibilidades de la explotación del guayule. Y con un curioso epílogo final, inclasificable, titulado "Metafísica del desierto" y dedicado a la Rosa de Jericó Anastatica hierochuntica L.

Itinerarios según Guinea (1945) [Nótese que una buena parte de las rutas marcadas  –aquellas que llevan marcas transversales– no se realizaron]


 
            Desde Canarias vuelan a Cabo Juby –actual Tarfaya y, desde allí, en camión continúan hacia El Aaiún, donde llegan al crepúsculo, tras cruzar en barca la Saguia el Hamra. Exploran los alrededores de El Aaiún y vuelan a Villa Cisneros actualmente Dajla, donde también exploran los alrededores durante varios días, para desplazarse más tarde, en camión, hacia Tichla, casi en la frontera sur con Mauritania. Herboriza por los alrededores y continúan en camello hacia el pozo de Zug, donde acampan varios días y regresan a Tichla por otra ruta. Ya en camión, van hacia Villa Cisneros. Desde aquí, en avión, aun visitan el límite sur del territorio, La Agüera, en el Cabo Blanco, donde sólo se están unas horas y vuelven directamente a Cabo Juby donde, después de unos días, vuelan hacia las Canarias. Curiosamente, en ningún momento dice la época del año en que se encuentran ni tampoco podemos saber los días que duró la estancia, pues aunque indica las jornadas que duran los traslados, no dice cuántos días están en cada una de las paradas, ni tampoco nos dice la duración de travesía en camello entre Tichla y Zug. En todo caso, a partir de las fechas de los pliegos depositados en el herbario del Jardín Botánico de Madrid, sabemos que casi todas las plantas fueron recolectadas en el mes de noviembre y, parece que, como mucho, duró 3-4 semanas. Pero caramba, que bien aprovechadas!

            El libro presenta una edición muy digna, con buenas fotografías originales de los geólogos de la expedición y dibujos a pluma del autor. Se lee muy bien, es ameno e incluso entretenido, aunque en realidad suceden pocas cosas excepcionales: una "tamborada" en una haima en Villa Cisneros, una cacería de gacelas por el camino de Tichla, un vendaval en Zug que tumba las tiendas, ... Pero el relato está bien entrelazado y la descripción del viaje se encadena con agilidad con las descripciones de los paisajes hechas desde el avión, el camión o a pie y de las peculiaridades de las plantas. Y en medio, las condiciones de vida de los militares en los poblados y en el desierto, instrucciones y experiencias del arte de montar en camello, consecuencias del paso de la langosta para un botánico o alabanzas del carácter y habilidades de los nativos. Sobre todo se queda sorprendido y admirado del conocimiento de las plantas por parte de los saharauis: saben todos los nombres, sus aplicaciones medicinales y el interés como pasto.

Guinea (1945). Dibujo original del autor

            Su estilo es muy peculiar de "grandilocuencia expresiva" lo ha muy bien calificado Luis Carlón, y el texto a menudo resulta ampuloso y algo excesivo, tanto en cuanto a la trascendencia de lo que describe como la solemnidad de los pensamientos que transcribe. Y tampoco deja de reflejar sus divagaciones, vengan a cuenta o no, sobre sensaciones, recuerdos y anhelos. Admirador confeso de Théodore Monod (1902-2000), el texto está lleno de resonancias monodianas, sobre todo en las digresiones de carácter poético sobre el desierto y sus formas. También resultan excesivas al menos leídas hoy día las alabanzas hacia la administración de las fuerzas militares coloniales, aunque es consciente, y lo reconoce ampliamente, el esfuerzo de sus acompañantes nativos en el éxito de la expedición.

             Culto y políglota, se autodefinía como "más artista que científico" y las ilustraciones de su obra dan fe de su habilidad como dibujante. Sus publicaciones botánicas a menudo se han calificado de ligeras, pero hay que reconocer que, en los oscuros años de la posguerra, con casi toda la botánica oficial y universitaria abocada  a los estudios fitosociológicos, representaron aportaciones singulares, conectadas con las corrientes europeas y con ciertas pretensiones en los campos de la florística y la taxonomía, aunque con resultados desiguales. También destaca por ser uno de los primeros compiladores de cara a actualizar el catálogo de la flora ibérica y uno de los pocos españoles que participaron desde su inicio en el proyecto Flora europaea. Pero donde su obra es más original y notable es como divulgador, sobre todo con sus libros de viajes, a menudo con un espíritu de naturalista del siglo XIX y con un estilo muy peculiar, pero siempre rigurosos y muy bien documentados. El relato de sus viajes a la entonces Guinea española bien se merecen una entrada en este blog... en el futuro!

             Según Félix Muñoz Garmendia, quien le trató sus últimos años, era un gran y apasionado conversador. Interesado en muchos aspectos culturales, se enorgullecía de su participación en algunas de las tertulias madrileñas que intentaron luchar contra el clima gris y opresivo de la época así, conoció y trabó amistad con muchos personajes, como Antonio Buero Vallejo o Julio Caro Baroja. Esta “curiosidad” cultural y su falta de “amor” por el Régimen, decía él, fueron la causa de su estancamiento, y a la postre de su expulsión, de la “carrera” en la Botánica española. No obstante, en el campo de esta disciplina, estaba también orgulloso de su relación con muchos botánicos extranjeros, como Vernon H. Heywood (n. 1927), a quien conoció en Madrid, cuando vino a España por causa de su tesis doctoral, y con instituciones botánicas foráneas, especialmente con las inglesas y con el Jardín Botánico de Ginebra aspectos también poco cultivados en la ensimismada y autárquica botánica hispana.

  

Emilio Guinea (1945). España y el desierto. Impresiones saharianas de un botánico español. Instituto de Estudios Políticos, Madrid. 279 p. + 2 mapes. [Disponible en Biblioteca digital del RJB]

 * Emilio Guinea (1945). Aspecto forestal del desierto. La vegetación leñosa y los pastos del Sahara español. Instituto Forestal de Investigaciones y Experiencias, Madrid. 152 p. + 1 mapa. [Disponible en Biblioteca digital del RJB]